He caminado de frente... Y de espalda a la fortuna...

Cuando pienso en lo que me ha tocado vivir en todo este tiempo, veo a la distancia todas las veces que me he encontrado frente a frente a las cosas y emociones que, soñadas o no, me han hecho sentir afortunado... Tener a tantas personas a mi alrededor que me han servido de sostén en mis momentos de debilidad, hacen que siempre vea la fortuna que me ha dado Dios de no encontrarme solo en las dificultades de la vida...

Ahora, no siempre ha sido así... Recuerdo que, en el pasado, mi fortuna fue estar con una persona que, de una forma u otra, me hacía sentir amado, o la menos querido... Y fue tanto lo ensimismado que me vi en este sentimiento que me olvidé de esas personas que hoy acompañan mi camino... Fui, de alguna manera, ingrato con ellos. Pero, nunca me lo sacaron en cara... Tal vez porque me veían feliz y respetaban ese estadio en el que me encontraba. No obstante, esa felicidad era una máscara hacia el exterior, una careta que me ponía para no preocupar a quienes me rodeaban y que, por miedo, nunca quise dejar de mostrar… Fueron momentos tristes, en donde mi mente solo esperaba que las cosas bonitas que vivía pudiesen perpetuarse en mi vida, y que aquellas cosas que no me agradaban desaparecieran…

Durante este tiempo en que me he comenzado a descubrir internamente, me doy cuenta de que lo peor que pude haber hecho en mi vida fue callar… Callar frente a los demás las cosas que pensaba, las cosas que sentía y, sobre todo, esas cosas en las que no me sentía afortunado. Traté siempre de tapar el sol con un dedo, a sabiendas que eso es imposible. Alguien en el pasado me dijo que, cuando tapamos las cosas, siempre éstas encontrarán la forma de salir a flote, a través de otras situaciones o en otros momentos de la vida… De hecho, una de las cosas que nunca aprendí en mi último viaje como pareja fue a decirle las cosas que me molestaban, aquellas cosas que, por muy pequeñas que pudieran ser, me hacían sentir diminuto frente a ella… Hoy, cuando mi camino de sanación lleva más de seis meses de andar, creo que puedo decir las cosas sin miedo a que las personas que me rodean se alejen. Porque, cuando hay cariño se encuentran las palabras para decir y el otro encuentra la sabiduría de entender el mensaje que quieres entregar…

Es tanto lo que he aprendido en este tiempo, que cuando alguien se cruza en mi camino con algún problema que lo aqueje, lo primero que les aconsejo es a no quedarse con las cosas adentro… Siempre que hablamos las cosas, nos evitamos el problema de la interpretación. Porque, seamos sinceros, ¿A quién no le ha pasado que, por callar, han malinterpretado lo que sentíamos? Es muy humano callar para evitar, así como interpretar de mala forma el silencio del otro… Es por esto que los insto a buscar las palabras, buscar esa forma de decir lo que sienten, sin cambiar el fondo del mensaje…

Siempre existirá el miedo… Ese maldito miedo a equivocarnos. Pero, cuando somos sensatos con nosotros mismos, sabemos que si existe confianza no tiene porque existir miedo… Solo aquellos en los que realmente ponemos nuestro cariño y amor, y saben entenderlo, compartirlo y retribuirlo hacia nosotros, entenderán nuestras palabras como un grito de ayuda y no como una queja hacia ellos…

Querámonos a nosotros mismos y no permitamos de aquí en adelante que nadie sea sordo de lo que nos pasa internamente. Es la mejor medicina, o al menos la primera que tenemos a mano, para comenzar a sanarnos por dentro…

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